La Buena Radio

¡Qué viva la buena radio! – La Hora

La radio abrió micrófonos en Guatemala en 1930 y en 1978 se declaró el 7 de diciembre como Día del Locutor, que también es el Día de Quemar al Diablo y Día del Deportista, quizá porque los “lorocutores” son tan diablos y tan deportistas.

Socialmente la radio es tan valiosa que merece y vale la pena hacer una reflexión en broma y en serio sobre ese estrecho vínculo entre oyentes y lorocutores: La radio es muy importante para la gente. Veamos por qué: “Los sueños más grandes de la vida los he tenido al lado de la radio”. Eso lo dijo un guachimán luego de dormirse en la vigilia. Y esta otra: “Las pesadillas más grandes las he tenido al lado de la radio”, quien dijo esto fue un político.

Hoy la radio informa y recrea, pero antes educaba. Conozco un muchacho que empezó su bachillerato por radio y al tercer año lo tuvo que interrumpir porque escuchó al lorocutor que dijo: “Este año los estudiantes tienen que ponerse las pilas”. Le quitó las pilas a su radio para ponérselas y ya no pudo volver a estudiar. Es muy difícil estudiar bachillerato por radio; al estudiar el álgebra de Baldor por radio cualquiera perdía el año en cualquier momento por X o Y problemas. La radio antes se utilizaba para impartir educación sexual, por su poder de penetración…

Antes por la radio se hablaba, hoy se grita; antes para ser lorocutor se necesitaba tener licencia de Radiodifusión Nacional, ahora licencia de conducir y tener un acento reguetonero o de banda. Era muy importante, porque la persona locutora debía tener una voz grave, de circunstancia, tan grave que casi estaba muerta. Y aunque hay muy buenos locutores, lo que más abunda son las voces aflautadas, chillonas, gangosas, guturales o con disglosias linguales. Por ejemplo, había locutores que decían: “En radio la voz de… son las diez horas con diez minutos. Escuchamos a continuación a Julio Iglesias con su canción Tiré tu pañuelo al río”.

Era una cosa muy bonita; la radio tenía magia. Y uno de niño se preguntaba: ¿Cómo hará ese señor para meterse en ese aparatito y hacerse escuchar de los oyentes? Hoy dice uno; ¿Cómo haría yo para meterme en ese aparato y sacar del pelo a todos esos tipos que dicen tantas burradas? ¿Y la música? La música era toda poesía, ahora abunda el mal gusto y las maltratadas.

Antes, en los comerciales había mucha creatividad. Había, por ejemplo, un comercial que decía: “Zapato cochinito, zapato sin fin, los zapatos que duran más que el pie”. Eran creativos. Había otra publicidad que decía: “Señora, si usted manda a su niño al colegio y no estudia, chancletéelo. Chancletas ‘La Elegancia’, lo mejor para sus pies y para las nalgas de sus hijos”. También había una que decía: “Señora, si su niño come tierra, cómprele un terrenito”, lotes sin enganche… Nooo, si la radio antes era bien creativa.

Por la radio antes se hacía consultorio jurídico y había gente que llamaba para preguntar: “Señor, disculpe: ¿Será que si yo me caso con la señora a la que le robé los 50 mil quetzales me descuentan los cuatro años de cárcel?”. Y el abogado le respondía: “Sí señor, se le pueden descontar, pero le aconsejo que no se case, porque es mejor pagar cuatro años de cárcel que vivir en un régimen carcelario y en cadena perpetua”.

A propósito de “cadenas”. Cuando la radio se escuchaba “en cadena nacional” y tronaba la voz del locutor Otto René Mansilla, con un fondo de marimba asustada… ¡Seguro golpe de Estado!

Lindo aquello. La radio también servía para enviar mensajitos de la ciudad al campo. En radio Tropicana de Escuintla, escuchaba uno que decían: “Se avisa a la familia Pérez López, de la aldea Pata Galana, que el próximo sábado a las cuatro de la tarde viajará su hijo, saquen bestias a la carretera porque lleva muchas maletas. Y salían las dos bestias para llevar las maletas y como veinte “bestias” más a chismosear, porque la radio siempre ha servido para convocar a las masas.

Es una lástima que ahora ya no hay de aquellos señores soñadores que eran dueños de las emisoras y que vivían en la radio y morían en la radio; no peleaban con la esposa ni con los hijos, porque era la única sintonía que tenían. Ellos también enviaban noticias y no les importaba cómo estaban escritas, porque algunos ni sabían leer bien, pero les gustaba la emisora. Se escuchaban aquellas noticias que decían: “Murieron 300 turistas en fila india, y resultaba que era en Finlandia”. Había otra que decía: “El alcalde pierde las elecciones por marrano” y era: “El alcalde anuncia pérdidas de cultivos por el verano”. Era una cosa increíble, decían: “Maradona vendido por dos” y era “Maradona bendito por Dios”.

Otra cosa importante era que en la radio se hacían complacencias y había una locutora locuaz que decía: La siguiente canción es para complacer al señor Rolando Figueroa, quien saluda a la chica con las iniciales S. E., y luego se preguntaba: ¿Quién será esa chica S. E.? Ah ya sé, Cecilia Hernández se debe llamar esa chica.

Para los guardianes lo más importante era el radio portátil. Para esos «guachimanes» o celadores, que son unos verdaderos tratadistas en ese campo, era más importante la radio que la esposa, porque la radio les hablaba, la esposa los cantaleteaba, y si se cansaban de escuchar la radio solo la apagaban, en cambio a la esposa ni siquiera le podían bajar el volumen.

Para los campesinos no había invento más importante que los radios portátiles, con estuche de cuero y un cinto para llevarlos colgados al hombro. Ellos los colgaban, junto al tecomate y al bastimento, en una rama de cualquier árbol y, mientras escuchaban a Chalo Hernández, parecían olvidar los sudores del trabajo. ¡Qué días aquellos!

En una radio emisora muy popular estaban terminando de pasar una nota luctuosa, por el fallecimiento de una persona distinguida, cuando el operador, inconscientemente, echó a andar la franja de publicidad con un producto antiparasitario: ¡Esa lombricita ya se murió! ¡Adiós, adiós a las lombrices…!

Cuentan que el ágil reportero Rubén Escalante, urgido de transmitir en directo una noticia trascendental para el radio periódico “El Debate” de don Walter Juárez Estrada, entró al primer lugar que encontró para que le alquilaran un teléfono (no existían entonces los celulares). Era una cantina. Cuando le daba su mejor énfasis a la información, alguien, allá en el fondo, gritó: “¡Vos negra, bocas pa’ la cuatro”!

Por último, para cerrar con broche de oro, un chistecito radiofónico: Un pececito quería ser locutor, aprovechando su gran boca. Por fin le dieron la oportunidad en Radio Progreso, pero cuando salió al aire… ¡se murió por falta de oxígeno! “Por eso y por mucho más”, felicidades a todos los buenos locutores en su día, y todos los días, porque como la radio no habrá nada igual. ¡Que viva la buena radio!